Originario de Etiopía y con un volumen diario que supera los 2 250 millones de tazas, el café ya no es solo una bebida conocida mundialmente, sino todo un acontecimiento social. Existen casi tantos tipos de café como cantidad de consumidores y las costumbres de cada región hacen que se prepare de muchas formas diferentes.
En España, por ejemplo, el café forma parte de un desayuno corriente y va bien con unas tostaditas de pan con tomate, de mantequilla y mermelada o con un cruasán. Por supuesto, también es muy típico tomarlo después de comer, sin prisas. Se trata entonces de un acto social y decir “me voy a tomar un café” es casi tanto como decir “no me esperes para cenar… y quizás, no me esperes despierto o despierta”, porque es muy probable que la sobremesa con amigos se extienda hasta mitad de la tarde o que del café se pase a los cubatas.
Entre cafés se revelan secretos, se cuentan cotilleos, se dicen mentiras y verdades y, mientras de remueve el azúcar, la leche o el café negro para los puristas, se ve la vida pasar y se espera, se ríe o se llora. Ese es, en general, el café español; un café tranquilo y en compañía, aunque sea la de una madalena.
Además, cada uno tiene su café preferido. Los amigos ya saben qué tipo de café tomas e incluso pueden pedirlo por ti. Están los amigos duros y machotes que toman café solo, un café sin añadidos de unos 25 ml.; breve, pero intenso. También están los compañeros mixtos que optan por el tradicional cortado: un café solo al que se le vierte leche caliente hasta llenar la taza. Y los que eligen el café con leche que lleva más leche que el anterior. Pero especiales, especiales son, sin duda, los que beben bombón o carajillo. El primero mezcla el café con leche condensada y el segundo con un buen lingotazo de licor que a muchos les alegra el día.
Por supuesto, también existen especialidades propias de cada región. En Madrid encontramos, por ejemplo, la leche manchada que contiene solo una pizca de café y una gran cantidad de leche. En la Comunidad Valenciana hay curiosidades como el Belmonte, un bombón con un chorrito de brandy, o el café del tiempo que es un café solo servido con mucho hielo, azúcar y una rodaja de limón.
Si juntamos todas las posibilidades, encontramos a ese amigo original, único y, por eso, totalmente entrañable, que casi mata al camarero cuando pide un café bombón descafeinado de sobre tocado de Baileys y del tiempo.
Como vemos, el café se ha convertido en un rasgo de identidad nacional, regional e incluso personal y a su alrededor encontramos cientos de tradiciones y ritos. Unos ponen el azúcar y luego remueven. Otros empiezan removiendo. Algunos tiran la leche sobre la cucharilla. Otros la lanzan a chorro directamente. Hay quienes zarandean la cuchara para marear el café. Y hay quienes remueven con la fuerza de un maremoto. La enumeración podría ser infinita, pero lo cierto es que todos, absolutamente todos, huelen el aroma del café y se relajan, se olvidan y se evaden por mucha cafeína que lleve.
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